Una rosa, un teatro y un miércoles de verano

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Jacobo Herrero Izquierdo 


No es fácil adaptar una obra como "La Bella y la Bestia". Tampoco lo es representarla en el corazón de Valladolid, en el espacio del antiguo Convento de San Francisco, hoy Teatro Zorrilla. Con cerca de 300 personas esperando, el Grupo de Teatro Universitario The Grand Cast consiguió agitar la tarde de un miércoles de junio, uno de esos que se deshacen en el calendario.


Algo después de lo prometido, con el telón ya afincado en los laterales, los primeros minutos de representación comenzaron discretos, quizás por el carácter que imprime el edificio y los ojos y los oídos que escuchaban desde las butacas. No había una única escena. Escaleras, pasillos, laterales, los personajes desfilaron por todas las estancias, a veces con tanto ímpetu que los pasos rebotaban en la madera, trasladando la vibración a los asientos. Como recurso narrativo, una rosa. Una rosa encantada que encierra la maldición y la historia de un cuento que conocemos desde niños.


Pero hay que contarlo. O, mejor dicho, hay que saber contarlo. Y el elenco de actores y actrices que se lanzaron al escenario consiguieron imprimir el ritmo necesario para no hacer del cuento una repetición. En el Zorrilla hubo teatro, hubo pasión y hubo entrega. Y hubo talento como el que mostró la gran protagonista, Bella (Marina Martín), desde su primera intervención, o como el de su compañero y segundo personaje que da título a la obra, Bestia (José María Pardo),

Maurice (Laura de la Fuente), acertadísima en todas sus escenas, los hilarantes Lumière (Alonso Iglesias) y Din Don (Iván Carretero), la entrañable Chip (Miriam Ciudad), o las alocadas chicas de la aldea (Virginia Melus, Amaya Maté, Paula Diez y Mireya García). Todos y cada uno de los que participaron afrontaron el siempre difícil reto de romper la cuarta pared, que, en el caso de la dupla de Gastón y Lefou (Esther Fernández y Diego Rodríguez), se derribó gracias a una sintonía fuera de lo común. No en vano fueron de los más aplaudidos.


La calidad artística de este grupo de jóvenes, obligados no solo a interpretar un guión, sino a asumir la tarea de los cambios de decorado, sobresalió especialmente en el apartado musical. Pese a los imprevistos de sonido, hubo momentos en los que el relato pasó a melodía. Y el público fue generoso al reconocer, incluso con comentarios a pie de patio, que no es fácil cantar, bailar, correr, saltar y, por si fuera poco, hacerlo entonando. ¡Qué festín!


Los tintes de comedia combinaron a la perfección con las partes más dramáticas, dejando la sensación (sencilla de confirmar) de que detrás de "La Rosa Encantada" había horas de ensayo, pruebas, aciertos, errores. Desde la dirección (Inés Pilar Centeno) a vestuario (Paula Morejón y Helena Revilla), pasando por el resto de nombres que habría que mencionar, la mejor manera de evaluar lo ocurrido un miércoles de junio, un miércoles de verano que acabó con lluvia, es que los encargados del teatro tuvieron que desalojar la sala porque había demasiada gente esperando a felicitarles. No cabe duda de que a estos chicos hay que seguirles la pista.

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